Quemar es signo de adoración, de ofrecer un sacrificio. El humo se eleva como la oración que sube al cielo. El perfume le confiere el toque de belleza y agrado.
Dotar de un aura de solemnidad al oficio religioso o la procesión es el sentido del perfume, del aroma que inunda las naves de un templo o la propia calle delante de un paso.
Se inciensa a Dios y todo aquello que le pertenece.